Gotas para la memoria*de Reinaldo Spitaletta
*publicada en www.elespectador.com
Les propongo un ejercicio de memoria. Vamos a recordar algunos aspectos de los cinco años de un gobierno experto en demagogia y en manipulaciones.
Este régimen de exclusiones tiene como punta de lanza una especie de príncipe feudal, rodeado de bufones y otros cortesanos con exceso de zalema.Recordemos, por ejemplo, a aquel señor del poncho y el sombrero que en su primera campaña electoral repudiaba la reelección y luego, con ganas de poder, aupado por el imperio y la oligarquía (¿por qué esta categoría casi ha desaparecido de los análisis políticos colombianos?), se montó en ella. Y ahí sigue cabalgando, sobre las desgracias y enajenaciones del pueblo colombiano.Primero fue la propaganda. Sus áulicos lo proclamaron el mesías. Y él se creyó el cuento. “Quien no está conmigo, está contra mí”, decía con sus actitudes autoritarias y con sus ansias de imponer un pensamiento único. Recordemos que en su primer cuatrienio, con habilidades de “hechicero”, creó una “realidad virtual”, en la cual él, omnipotente, parecía una virgen de la inmaculada. Sin mancha, pese a todos los escándalos. Efecto teflón lo llamaron.Eran los tiempos de los calculados diminutivos (peajito social, impuesticos, gotitas homeopáticas), de los eufemismos (“flexibilización laboral” para ocultar despidos masivos) y de un lenguaje lleno de disfraces, que ni en el Halloween. Creó así una especie de irrealidad para que los de abajo no sintieran la exclusión ni las inequidades. Incluso llegó a tapar estadísticas. Hasta un director del Dane renunció cuando el gobierno se opuso a que revelara una encuesta sobre victimización.Enmascaró las palabras para hacer creer a los habitantes de un país de desasosiegos y miserias que moraban en una arcadia, un lugar de cucaña y armonías pastoriles. Apeló entonces a la grandilocuencia, a la emotividad. Había que hablar de patria y justicia y libertad y seguridad democrática y otras abstracciones. Los medios las replicaban y de eso modo se daba la falsa impresión de bienestar colectivo.Y quienes osaran cuestionar su demagogia y desmontarle el sainete eran calificados de “terroristas” o “enemigos de la democracia”. Una de las tácticas uribistas de esos tiempos fue intentar desterrar las categorías de “izquierda” y “derecha”, porque, según el presidente, había una “democracia profunda” que no podía tener adversarios, pues serían “antidemocráticos”. ¿Si se acuerdan? Quería borrar a la oposición.La treta de embozar el lenguaje propició la negación de un conflicto interno armado en Colombia. Y entre las teatralidades uribistas estuvo la de mandar a un delincuente a dormir en una lujosa suite de un hotel de Bogotá. A los discrepantes de su régimen los calificaba de “comunistas disfrazados”, que para eso es el macartismo.El 5 de agosto de 2004, en Arauca, a tres dirigentes sindicales los sacaron de una casa y los ejecutaron extrajudicialmente. El informe oficial dijo que habían sido dados de baja tres “terroristas”. La verdad era otra: los obreros fueron fusilados. Aparte de los recortes a los derechos laborales, también durante aquel período se incorporaron intimidaciones contra los trabajadores agremiados.Entre tanto, se satanizó la protesta popular, se asesinaron profesores como Alfredo Correa de Andreis, se calificaron de “salvajes” a los que se pronunciaron en las calles de Cartagena contra el TLC. La salud de los colombianos se deterioró, se cerraron hospitales, se otorgaron gabelas a las promotoras privadas al tiempo que al Seguro Social se le expidió certificado de defunción.En estos cinco años, el crecimiento económico se concentró en monopolios y corporaciones transnacionales. El gobierno ha privilegiado una plutocracia, que tiene a varios de sus miembros dedicados al agio entre los más ricos del planeta, mientras aumenta el número de pobres e indigentes, de desempleados y desplazados.El espectáculo protagonizado por el gobierno ante los magnates estadounidenses para que le aprueben el TLC ha sido indigno y vergonzoso. Ya no solo los besamanos son para Bush y su corte neoconservadora, sino para los demócratas. Lo peor: un arrodillamiento para un tratado comercial que arruinará más a la mayoría de colombianos.Los escándalos de la parapolítica (o del parauribismo, según un senador de izquierda) tienen encartados a seguidores del presidente, al tiempo que Uribe insiste en que se declare sediciosa a toda una turba de criminales del paramilitarismo. Para ello ya comenzó a presionar a la Corte Suprema de Justicia, en un abierto desafío a las instituciones.En cinco años de mal gobierno el país sigue siendo un reino de desigualdades y desmanes. Los desheredados, que sin embargo ya reanudan movimientos de desobediencia civil, son cada vez más. Y cada vez avanzan en el conocimiento de un régimen autoritario, favorecedor de minorías, y son capaces de enfrentar y desenmascarar la demagogia y las manipulaciones presidenciales. El mandatario, cada día más arrebatado, tendrá que aumentar su dosis de gotitas tranquilizantes.